A las puertas de lo inefable

Llevaba toda la noche huyendo, de un lado para otro, allá donde iba intentaban matarle. Incluido aquel. ¿Acaso no había ningún sitio donde pudiera descansar tranquila? Debería haberse quedado con su familia, todos escondidos cerca de los container de basura, siempre había que salir huyendo cuando aparecía el camión a vaciarlos, pero como aún no había amanecido, era fácil esconderse, la oscuridad era el mejor de los abrigos. No había nadie peor que los gatos por la noche, que bufaban a su paso y hasta trataban de clavarle sus garras y colmillos. Por eso prefería a los perros, normalmente le ignoraban o simplemente le olisqueaban y seguían su camino, muy pocos se paraban a entretenerse con ella.

Harta de dar vueltas por el barrio había decidido acercarse al bloque, no había nadie a aquellas horas en un día laboral, no habría riesgo de ser descubierta en un descuido o cuando se encendiera la luz del portal. Llegó a la azotea, el viento nocturno la mecía suavemente, nunca había estado tan en paz, pero las palomas que dormitaban cerca, no tardarían en darse cuenta de su presencia y reclamar su espacio y posiblemente una comida fácil. No, no podía quedarse allí tampoco. Miró hacia abajo, la mayoría de las ventanas estaban a oscuras también... y cerradas con persianas o contraventanas, salvo un par de ellas, tal vez allí pudiera encontrar reposo a su cansado cuerpo. El quicio de cualquiera de ellas le vendría bien.

Saltó desde su alta posición y planeó hasta la más cercana, una ráfaga de viento inoportuno la lanzó hacia la ventana aparentemente abierta, pero por suerte o por desgracia, una mosquitera paró su viaje, cayendo dolorida al alféizar. Un ruido proviniente del interior de la vivienda, la hizo olvidarse del dolor y esconderse en la parte más oscura de aquel minúsculo hueco entre la hoja corredera cerrada y la contraventana de ese mismo lado, también cerrada, que creaban una sombra perfecta para ella. Entonces una forma se asomó por la parte de la mosquitera, una persona, se miraron, ambas con temor en sus ojos. La víctima del viento trató de poner distancia entre ellas, pero la pared resbalaba y el metal plastificado de la contraventana no era mejor para trepar por él. La habitante de la casa exclamó algo y se metió para dentro. Por un momento se sintió a salvo en aquella esquina pero tenía que escapar por donde fuera, no había ningún hueco por donde colarse y seguía resbalándose allá por donde intentara subir, no tenía escapatoria. Oyó pasos, había vuelto. Se asomó un poco por el cristal a ver qué tramaba, porque no se mostraba otra vez, pero que fuera espejado hacía más difícil distinguirla. Por suerte la luz del interior al menos mostraba una sombra por la que guiarse, pero no era suficiente. Escondida por el marco de los carriles de la ventana, se acercó a la parte de la mosquitera, por donde se veía algo mejor. ¿Qué era eso? ¿Un aerosol? ¡Su peor enemigo después de los gatos! Volvió rápidamente a su escondite. Iba a morir, ya no vería más a su familia... Pero la persona no se asomaba, en su lugar echó aerosol en la mosquitera, probablemente para que no se acercara a esa zona. El olor era espantoso, pero nada mortal por ahora. Entonces sacó la mano con el spray y directamente se lo echó encima. Trató nuevamente de escapar por la pared, pero como era imposible, se aventuró a ir por el suelo, tal vez, si lograba llegar a la hoja abierta de la contraventana... El veneno la hacía más lenta, pero todavía no estaba acabada. Oyó una exclamación de la habitante, que metía la mano para dentro y por suerte el arma con ella, y cerraba la mosquitera. ¡Era su oportunidad! Mareada corrió hasta el hueco hacia la calle y en un último esfuerzo por abandonar ese espacio de muerte, logró engancharse con el borde del marco y lanzarse fuera, el aire de la ciudad nunca le supo tan bien.

FIN.

¿O qué se creían?

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